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Permiso de casa

Temporada de caza (2017), ópera prima de la guionista y directora argentina Natalia Garagiola, ganadora del premio del público en el Festival de Venecia, narra la historia de Nahuel (Lautaro Bettoni), un adolescente que, a causa de la muerte de su madre, debe emigrar, contra su voluntad, desde la ciudad de Buenos Aires hacia San Martín de los Andes, para reencontrarse con su padre y su nueva familia.

Allí, en un lugar tan bello como hostil, se produce el encuentro con su padre: Germán Palacios. Aunque Nahuel se ocupa en todo momento de dejar bien claro que “no es mi papá”, dicho reencuentro será tenso, incómodo y violento, desde el primer momento –el hombre llega tres horas más tarde a buscar a su hijo al aeropuerto-, hecho que se manifestará, inmediatamente, en la actitud del chico frente a la mujer de Ernesto y sus hijas pequeñas, por quienes mostrará un desprecio asombroso, como, así también, respecto del lugar donde viven y sus costumbres familiares.

La película es, entre tantas otras cosas, un permanente juego de contrastes: la ciudad y el pueblo (el lujoso departamento de Capital Federal, en el que vive Nahuel, y la casa de montaña en la que habita su padre), lo público y lo privado (la educación que recibe el adolescente en un colegio de gestión privada, frente a la vacante que se le consigue Ernesto en una escuela pública del pueblo), lo natural y lo artificial (el entorno abierto y las actividades que allí se realizan, frente al encierro y al dominio de lo tecnológico en las grandes metrópolis) , lo individual  y lo colectivo (el tipo de vida que lleva Nahuel en Buenos Aires, frente a otro, mucho más comunitario, que existe en el pueblo), entre otros.

En relación con lo antedicho, la película no deja, pareciera, ningún elemento librado al azar. El juego de palabras que elige la directora y guionista para titular su primera película es, además de conveniente, verdaderamente interesante desde lo simbólico, a través del juego fonético que establecen las palabras que lo componen. El protagonista participa, literalmente, en la temporada de caza -Ernesto es un guía experto de la zona-, pero, metafóricamente, esa temporada es, también, el tiempo que Nahuel pasa en ese hogar –o casa, pero, con s- totalmente nuevo y opuesto a aquel en el que se crió.

Luego, y una vez planteado el tema de los -siempre conflictivos- vínculos entre los adolescentes y sus padres, máxime con el agravante de la distancia -tanto física, como afectiva, en este caso puntual- que existe entre Ernesto y Nahuel, quedará para los espectadores y espectadoras –la película no tiene pretensión de sentencia moral- la discusión acerca de si las relaciones filiales se construyen o si, en todo caso, algo en los genes, en la fuerza de la sangre, garantiza, per se, un afecto innato.

Otro de los aciertos del film, es que la elección de las locaciones patagónicas no responde a un capricho de la directora. Muchas veces, los espectadores nos dejamos seducir por paisajes imponentes, cuya belleza nos conmueve, al mismo tiempo que nos distrae de la narración principal. No es este el caso. Aquí, el escenario en el que transcurre casi toda la historia, continuamente, da la sensación de que es ese y no podría ser ningún otro. El frío intenso, la nieve y el viento endurecen, todavía más, el vínculo entre ese padre y ese hijo, al que la distancia y algunos malos entendidos, volvió opaco, oscuro y lejano.

Con actuaciones sobrias (Palacios hace gala de su experiencia actoral y Bettoni se destaca menos por su versatilidad natural que por la expresión que transmite desde lo físico su postura corporal y la profundidad de su mirada), una dirección de fotografía impecable y diálogos en calidad y cantidad necesarias, Temporada de caza no es una película más: es una experiencia artística que vale la pena transitar y que demuestra, una vez más, que nuestro cine, en casos como este, no tiene nada que envidiarle a las producciones extranjeras.


Laura Fuhrmann es profesora de Lengua y Literatura y correctora literaria y de imprenta.

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