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Entrevista a Horacio González, flamante director del Fondo de Cultura Económica en la Argentina.

Horacio González

A principios de 2019, Paco Ignacio Taibo II asumió como director del Fondo de Cultura Económica (FCE) en México. «Queremos hacer una editorial diferente, queremos democratizar la vida interna, se acabaron las jerarquías y los tratos diferenciados. Externamente, queremos hacer una editorial acorde con los nuevos vientos que soplan en el país», dijo, en clara alusión al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Una de sus primeras medidas fue poner en funciones al nuevo responsable para la filial argentina. Y no dudó: Horacio González, uno de los intelectuales de mayor profundidad en el panorama nacional fue la figura elegida.

Director de la Biblioteca Nacional entre 2005 y 2015, ensayista y narrador, González está asociado, indudablemente, a un concepto de cultura nacional y popular que dista mucho de los oscuros dictámenes que rigen por estos tiempos en el país. La persona indicada para hablar sobre el mundo del libro.

Fervor: Antes de asumir en el FCE, ¿como veía el panorama editorial argentino?

Horacio Gonzñalez: Siempre vi el panorama editorial argentino como publicador, como alguien que, poco a poco, se adentraba en una idea que ni el lector ni el autor suelen tener: la formidable importancia del editor. Esa idea la adquirí no de inmediato, ya que uno supone que la máquina de escribir o las computadoras las fabrican grandes corporaciones, pero, no asocia la idea de un libro con la maquinaria de producción, con las decisiones del editor, por ejemplo. La idea de mercado, a propósito del libro, no me parecía apropiada o relacionable con nombres como Manuel Gleizer o Boris Spivacow. De ese modo, podría decir, como Borges, que la historia de la edición argentina me fue revelada tardíamente. Después, llegaría mi relación como autor, viviendo los sufrimientos del editor, complemento indispensable del autor, parte del desdoblamiento del autor en su fantasmagoría. Así, entendí que el autor es algo que se puede comprender como parte de la vida del editor y viceversa. Hablo del editor con acento en la “o”, no el que lleva acento en la “e”, en éditor, que aparece de manera industrial y produce un problema: no publica un libro que le guste o que los lectores o críticos de su editorial admiten, sino, que trabaja con la hipótesis de que él sabe lo que le gusta al público e invierte totalmente la relación que el autor tiene con su texto. Los escritores importantes no auscultan la psicología social del best-seller ni escriben lo que sus supuestos lectores le susurran al oído. Los escritores importantes escriben lo que forma parte de la revisión del legado que ellos tienen como lectores.

F: ¿La figura del éditor, como usted lo llama, daña ese legado?

H: Puede existir la paradoja de que lo mejore, pero eso ocurre en poco casos. En la historia de la edición, los célebres casos de la no aceptación de Proust o de Kafka, queriendo quemar sus libros, pertenecen al campo de obras cuyos valores no fueron comprendidos, de inmediato, por sus editores. Al mismo tiempo, el editor que se arroga una potestad total sobre la escritura, presuponiendo suponer el gusto del público, impide que haya experimentos de vanguardia o se impiden a ellos mismos reconocer la novedad de tal o cual escritura. El modelo de editorial capitalista contemporánea es, de algún modo, la ilusión de que tiene que haber un autor que preste su pellejo y, en el fondo, el libro debe ser reescrito por alguien que sabe lo que le gusta al público. En un momento de fuerte crisis de la industria editorial, no me cabe duda de que muchos sellos pueden pensar así. Y, como muchos autores, en medio de la angustia habitual del escribir, sumada a la angustia de la supervivencia, también, piensan así. Puede ser que surja una nueva literatura que sea el pacto entre los que escriben y los que editan, siempre y cuando, ambos tengan la seguridad de que hay un público lector que los compra.

F: La editorial, entonces, se transformaría en una agencia de encuestas.

H: Es cierto que, en los últimos años, los libros que más ventas tuvieron son los más efímeros: del tipo biografía no autorizada de Elisa Carrió o los mejores chistes jauretchianos de Aníbal Fernández. Esos textos son los que acatan una coyuntura política y un amplio porcentaje de lo publicado en los últimos años fueron eso. Libros que están en los quioscos de los aeropuertos. La lectura de un viaje de avión debe ser una lectura cauterizadora de los oscuros temores recónditos que origina un viaje en avión.

F: Esta figura del éditor, más la idea de vender por sobre todas las cosas sin importar la calidad, más los grandes grupos, que lo primero que hacen al comprar una editorial es dejar de lado su catálogo, ¿no destroza la idea de autor?

H: Si tomamos en cuenta la fuerte intervención de editores españoles, como Gonzalo Losada a fines de la década del ‘30, por ejemplo, sí se puede decir que, en la actualidad, hay una descatalogación de la literatura. Aquel fue un momento más fructífero de la relación libro/lector. Pero, eso es una fatalidad que ocurre siempre. De la inmensa cantidad de títulos que se publican en una época dada, la subsistencia está asegurada a muy pocos. Uno podría trazar hipótesis sobre qué puede pasar con la lectura de Piglia o con la lectura de Borges. ?¿Cuántos años pueden pasar para que Borges sea una suerte de Lucio V. Mansilla? En el sentido de ser sólo visitado por estudiosos de arcaísmos literarios. No es posible omitir la idea de que ciertos autores sustituyen a otros en el gusto del lector aficionado. Y esa sustitución puede ser un legado que no se admita tan fácilmente. Si vemos la literatura argentina de los años ‘20 para acá, notamos que no perduró Sabato, el gran adversario de Borges, que quedó como un artículo en desuso que se lee poco y no tiene la atención de la crítica literaria. Cortázar está perdurando, porque tiene algo popular debido a su compromiso político, algo que pegó muy fuerte. Borges sigue, pero, hay una desproporción enorme en el modo que se lo menciona. Ante esa descatalogación, la tarea del editor es pensar en cómo regula el tiempo la fortuna crítica y la perdurabilidad de un libro. Debe  tener el ojo agudo para resucitar, para visitar cementerios: a veces, tiene fortuna y, a veces, no. Puede creer que es resucitable Valéry y equivocarse, pero, ese es un editor, el que crea una sorpresa en el mundo editorial.

Claudio Mangifesta, Resisténcies.

F: Pero, mientras busca esa sorpresa tiene que lidiar con la baja en el público lector. Las tiradas anuales promedio, al final de la época de oro de la edición, en 1953, eran de once mil ejemplares por título. Hoy, a pesar del aumento exponencial de la población, esas tiradas no superan los 3 mil ejemplares ¿Eso indica que hay una merma en el público lector?

H: Es probable que haya que hacer un juicio pesimista en el público lector, aunque, se siga leyendo. No se lee mucho, pero se leen otras cosas. Un verdadero editor no hace encuestas, tiene percepciones. Tiene que ser un individuo mítico que piensa una catástrofe y busca la manera de remediarla ¿Qué puede pasar, por ejemplo, con David Viñas? Viñas deja un nombre, una obra, un universo que lo quiere y un universo que lo odia, deja un testimonio. Hay que ver cuál será el editor que lo reponga en el tiempo. Por eso, un editor debe saber qué reponer en el tiempo cuando algo se agota. No es inadecuado suponer que un editor tiene mucho de escritor. Sin un editor no existirían movimientos culturales. Allí está el caso de la editorial Claridad, de Antonio Zamora, con los escritores del grupo Boedo, o Gleizer con los de Florida. Boedo y Florida son dos nombres fantasiosos, pero, no es cierto, como dice Borges, que era una mera broma: fueron tradición de realismo social y de exploración vanguardista. Un editor debe replantear esos debates en el que se involucre al público. Luego, que a Borges o a Arlt se los lea por encima de ese debate habla de la calidad intrínseca de sus obras. Pero, que los potenció ese debate es evidente. Un editor es un personaje central no muchas veces comprendido como tal, es casi un coautor. Cuando se produce el fenómeno del editor que se mete en el texto, esa coautoría es anómala, no condice con la idea de autor tradicional conocida en el mundo burgués, sino, con la idea de la muerte del autor de Foucault, idea que no prosperó. Como dice Umberto Eco, la rueda, la cuchara y el libro son instrumentos perfectos.

F: Aunque, cada cinco minutos se proclame que el libro está en peligro…

H: Habría que ver si el libro es el soporte ideal en la actualidad para el modo de leer, sosteniendo un objeto físico en la mano. Está en peligro, es cierto, pero no creció la proporción entre lectura digital y lectura de libro. Después del primer entusiasmo por la lectura en e-book, siguió el libro. Hay algo en el papel que perdura. Si bien, hay algo de destrucción de la naturaleza en el libro (¿cuántos árboles se talaron para que se siga leyendo La montaña mágica, por ejemplo?), allí está el lector vinculado a la dialéctica de la naturaleza, al misterio de que se destruya algo para que haya un libro. Es un misterio interesante de la vida cotidiana.

F: Con todos estos contratiempos y estos desafíos, sumado al hecho de estar en un país descalabrado social y económicamente, ¿qué le pasa al asumir al frente del FCE?

H: Me gusta el desafío. Yo pensaba que era un lugar tranquilo, pero no, es un lugar intranquilo, como todo lugar. La idea de “lugar” es intranquila. El FCE está en dificultades. Eso implica que se haya vendido el edificio de la sede central en la Argentina. Está poniendo al día una cantidad de derechos de autor que debía. Pero, es una editora que cumple 75 años, que forma parte de la bibliografía esencial de todas las universidades latinoamericanas. Desde Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, hasta La rama dorada, de James Frazer, pasando por Los condenados de la tierra, de Fanon, con prólogo de Sartre. El FCE tiene un compromiso con la cultura de transformación social de la vida americana, de mayor autonomía de los procesos del imperialismo. Su fundación, el 3 de septiembre de 1934, obedeció a una especie de continuidad de la reforma universitaria argentina, de allí la presencia de Arnaldo Orfila Reynal. Luego, las traducciones de la mejor intelectualidad española y, luego, los exiliados argentinos durante la dictadura cívico militar. Y, lo mismo, podría decirse de muchos países de latinoamérica. Los alcances del FCE son un eco de la revolución mexicana. Por eso, que hoy, Paco Ignacio Taibo II, desde México, diga que el Fondo es una editorial de izquierda tiene muchas interpretaciones. Pero, una es esa, es una editorial que recoge un gran legado civilizatorio y, al mismo tiempo, es un instrumento de construcción. Hoy, el FCE está en la Argentina en un momento de transición y es imperioso que esa transición termine lo más rápido posible y se reconstituya la capacidad de edición. Cosa que ocurrirá en muy pocos meses. Y hacer de la librería de Palermo un polo de construcción de nuevos públicos. Y, además, algo muy importante, una actitud colaborativa con las demás editoriales, las posibilidades de coedición y de participar en proyectos comunes con las universidades. Y pasar, nuevamente, a formar parte de la Cámara Argentina del Libro. En la actualidad, FCE está solamente en la cámara que nuclea a las editoriales del exterior. Salir de la Cámara Argentina del Libro fue un error. Dependemos de México, pero, editamos en la Argentina. Con esos actos, el FCE puede recuperarse y ponerse a la altura de su símbolo.

F: ¿Cómo hacer para que los proyectos del FCE para toda América latina no se vean cortados por los cambios de gobierno en México?

H: El estilo de gobierno del Estado mexicano influye directamente en el estilo de producción de libros en el FCE, con todo lo bueno y todo lo malo. Hoy, con López Obrador en la presidencia de México, se pone en marcha una nueva forma de entender el mundo editorial. Desde aquí, desde la Argentina, se acompaña esa manera: Daniel Divinsky es asesor del Fondo, lo que indica que se suma un amplio saber al que ya traía la editorial. Claro que la relación con el Estado mexicano es una figura tutelar. Pero, los cambios en las políticas culturales, aquí, cuando cambian los gobiernos, también, son notorios. Este cambio en México conlleva que se haya pronunciado la palabra “guevarismo” y la palabra “izquierda” y es un cambio sustancial. Hay que ver cómo se traduce esto en las políticas de todos los países de latinoamérica con la ola neoliberal. La traducción de estas dos palabras en nuestros países implica un esfuerzo hermenéutico importantísimo. Sin embargo, leyendo la biografía de Paco Ignacio Taibo II sobre el Che, me enteré que Ernesto Guevara de la Serna, antes de ser el Che, fue corredor del Fondo de Cultura Económica en México. De modo que hay un guevarismo inevitable. Hay una publicación de Orfila Reynal donde comenta las discusiones con el joven corredor del Fondo, Ernesto Guevara, que lo acusaba de burgués.

F: Pero, el panorama actual no es tan idílico como aquellas discusiones…

H: Vivimos momentos oscuros en toda la región. Hay que generar la idea de que las viejas palabras, como “izquierda” o “guevarismo”, pueden seguir funcionando. Y. por otro lado, hay que comprender y revertir las enormes dificultades por las que atraviesa cualquier empresa cultural. La primera de ellas es la impresionante baja en la venta de libros, casi un 40% menos. Con el tamaño de la crisis que hay, es un milagro en la Argentina que sigan funcionando editoriales y librerías. Hay que comprender que surgieron nuevas modalidades de impresión, olfateando nuevas tendencias en las universidades y, también, nuevos modelos y temas en la cultura popular. No hay que olvidar qué tipo de lectores éramos hace cuarenta años, pero, hacer observaciones de cómo leemos hoy. El FCE no debe recuperar sólo a los lectores, sino, también, satisfacer expectativas nuevas, elevando el horizonte del interés popular del libro en nuestro país y en toda la región.

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