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El que come y no convida

En épocas en que se está discutiendo, en nuestro país, el Aporte Solidario Extraordinario a las Grandes Fortunas Personales, resulta oportuno reflexionar, una vez más –porque nunca alcanza, verdaderamente-, acerca de la distribución de la riqueza en las actuales sociedades capitalistas.

Que sea un porcentaje ínfimo de personas –grupos económicos y empresas- quienes concentren la mayor parte del capital mundial y que, el resto de la torta, deba repartirse entre quienes quedan, no es un tema novedoso, ni en el mundo real ni en el de la ficción. Pero, lo interesante de esta última es que nos permite imaginar, rebasando todo límite imaginable, qué es capaz de hacer aquel que -a diferencia de quienes, en el mundo real, naturalizan esas prácticas- decide “equilibrar la balanza”.

De reciente estreno en Netflix, la miniserie española Los favoritos de Midas se ocupa, con aciertos y errores, de refrescar este tema. La idea de esta producción de Mateo Gil, sin embargo, no es original: el argumento central lo toma de un cuento de Jack London, escrito en 1901, titulado The minions of Midas (Los favoritos de Midas).

La serie de 6 capítulos, protagonizada por el multifacético Luis Tosar, narra la historia del magnate Víctor Genovese, que hereda la presidencia de un multimedio, de la noche a la mañana, debido a que el dueño anterior muere, en circunstancias tan extrañas. La decisión que toma es legarle absolutamente todo su patrimonio a Genovese, con quien no tiene ningún tipo de lazo familiar, en detrimento de sus herederos naturales. Pero, lejos de un reclamo de quienes fuera esperable recibirlo, una organización secreta, autodenominada Los favoritos de Midas, será la encargada de hacerle pagar –literalmente- al flamante heredero su nueva posición.

A través de una serie de cartas, Los favoritos instarán al nuevo jefe al pago de una cuantiosa suma de dinero: 50 millones de euros. El castigo por dicho incumplimiento será el asesinato de personas, desconocidas por todos ellos, en un lugar y hora determinados. Pero, la cosa no termina ahí, claro: estos particulares sicarios alegan que, ellos, no son simplemente criminales y basan su superioridad moral en diversas cuestiones, basándose, por ejemplo, en teorías tomadas del darwinismo social. Es entonces que, a partir de la amenaza recibida, Genovese decide acudir a la policía, quien tratará de desarmar – mediante todo tipo de procedimientos, a cuál más fallidos- dicha organización.

A diferencia del contexto del relato original, esta versión libre se sitúa en una Madrid -¿futura?- en la que las revueltas sociales asedian, constantemente, la ciudad y en la que los escenarios en los que se mueven los personajes principales desbordan ostentación y privilegios, además de dejar al descubierto sus inescrupulosos comportamientos. La incorporación de una pluralidad de personajes, muchos de los cuales no sólo no aportan, sino, que más bien distraen del argumento más sabroso y la típica historia de amor, que no debe faltar en las series del momento, marcan otra enorme diferencia con el cuento de London. Que se centra, únicamente, en la figura del protagonista y el intercambio epistolar que este mantiene con sus victimarios.

Sin ánimo de spoilear (adelantar su contenido) la serie –ni el cuento, un excelente relato breve que puede encontrarse fácilmente en la web y cuya traducción Las muertes concéntricas (hecha por Borges) es, además de una verdadera joya, una revelación que echa luz sobre uno de los puntos de la narración: el método utilizado por este grupo de sicarios-, en los siguientes capítulos, con la estructura del thriller clásico, se irán hilvanando algunos elementos de la vida personal del protagonista –muchos de ellos forzados y hasta innecesarios ciertamente- con los sucesos, netamente dramáticos en los que los asesinatos se volverán más frecuentes y las decisiones del protagonista más osadas, dejando al descubierto la soberbia de la policía y la incapacidad de los métodos elegidos para enfrentar al enemigo invisible.

Si bien Los favoritos de Midas no sea, seguramente, una serie que vaya a perdurar en nuestro recuerdo por mucho tiempo, acaso su final -por lo menos, polémico- nos sirva para volver, como esbozábamos al principio, sobre un tema tan actual en nuestros días y cruzarlo con la lectura del enorme y, siempre vigente, Jack London. Una propuesta que, quizás, en estos tiempos tan convulsionados, no deberíamos desdeñar.

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