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El Hoyo y el velo de la ignorancia

«Hay tres clases de personas: los de arriba, los de abajo y los que caen».
(Diálogo entre Trimagasi -compañero de celda- y Goreng -personaje principal)

¿Qué pasaría si tuviéramos que elegir las reglas que regirán en nuestra sociedad, sin saber el lugar que ocuparemos en ella? ¿Si desconocemos si nos tocará ser ricos, pobres, negros, blancos, fuertes, débiles, sanos o enfermos? ¿Qué sistema de distribución de riqueza sería preferible ante esta situación de ignorancia sobre nuestra posición social? No es difícil arribar a una respuesta: la mayoría de nosotros optaría por regímenes igualitarios, donde toda persona pueda acceder a la satisfacción de sus necesidades y goce de derechos. Esta teoría, lejos de ser esgrimida por un pensador comunista, fue elaborada por un filósofo liberal, Jonh Rawls (1921-2002), en su Teoría de la Justicia, de 1971. Apela a la idea de un contrato social e introduce esta ficción, a la que llama “velo de la ignorancia”, por medio de la cual las partes establecen los principios de la justicia social, desconociendo sus lugares efectivos en la sociedad.
El cineasta vasco Galder Gaztelu-Urrutia, a través de esta distopía nos invita a replantearnos acerca de la distribución de las riquezas, la desigualdad social y la naturaleza humana. El Hoyo es una especie de prisión, un experimento social de pisos verticales, donde los prisioneros de los primeros pisos acceden a un banquete de toda clase de alimentos dispuestos en una mesa, que, luego, va bajando a los pisos inferiores. Así, los que están en los primeros niveles comen lo que se les apetece, mientras que los de los pisos intermedios se conforman con los restos. A los de los pisos inferiores no les llega nada, por lo que la violencia se acrecienta e, incluso, se suceden hechos de canibalismo entre compañeros de celda. “El hombre es el lobo del hombre”, decía el inglés Thomas Hobbes (1588 – 1679), uno de los principales expositores del contractualismo moderno. Quien partía de la premisa de que el hombre era naturalmente malo y, por lo tanto, un régimen de absolutismo monárquico venía a poner fin a ese estado de guerra de todos contra todos. Por el contrario, Jean Jaques Rousseau (1712- 1778), filósofo inspirador de la Revolución Francesa, hablaba de un estado de naturaleza en el que el hombre era bueno (el denominado “buen salvaje”), pero que, luego, era corrompido cuando se introduce la propiedad privada. Todos estos filósofos mencionados tienen en común su pertenencia a la corriente contractualista: son los hombres quienes elaboran sus normas de ordenamiento social y determinan lo que es bueno y lo que es malo.
Goreng, el personaje principal, protagonizado por Ivan Massagué, despierta en el piso 48 cuando empieza a comprender el funcionamiento del sistema. Ha ingresado al Hoyo, en forma voluntaria, para salir de allí a los seis meses con un “título homologado”. Lleva consigo el libro Don Quijote de la Mancha, ya que, cada prisionero, puede elegir un elemento con el cual ingresar al experimento. Estando en ese piso, llega a alimentarse de sobras junto con su compañero, un hombre mayor de nombre Trimagasi. Que, luego, cuando les toca el piso 171, intenta atacarlo para servirse de él como alimento. Es importante resaltar y, por eso, la analogía con el velo de la ignorancia de Rawls, que, a los prisioneros, los iban cambiando de piso una vez al mes, es decir, podía tocarles estar en el primero o en el segundo y disfrutar del banquete y, al otro mes, bajar al 150, donde la mesa llegaba totalmente vacía.
En uno de los cambios de piso, al pasar al número 33, Goreng se encuentra con Imoguiri, una nueva compañera, que había formado parte de la administración de El Hoyo. Quien le devela que la comida alcanzaba para alimentar a todos los prisioneros, siempre que, cada uno, se sirviera su ración. Ella se quita la vida estando en el piso 202 y, a nuestro protagonista, se lo nota, cada vez, más consumido por el hambre y la locura. En el piso 6, conoce a su nuevo compañero, Baharat, con quien se propone llevar adelante un plan para desbaratar el sistema: bajarían junto a la mesa de comida y lograrían que, cada prisionero, sólo se sirva lo suyo, de esta manera, alcanzaría para todos. Algunos, lo acepaban y, a otros, tuvieron que amenazarlos con el uso de la fuerza, a los fines de que acaten las normas y se sirvan sólo una ración. En uno de los últimos pisos, nuestros protagonistas son atacados y, ahí, el final se abre a diversas interpretaciones, en cuanto si el objetivo de toma de conciencia fue logrado o si el sistema, simplemente, terminó aplastando al protagonista. Si los de arriba no escuchan cegados de gula y los de abajo, a menudo, se violentan por hambre, ¿cómo persuadir que todo se solucionaría creando lazos sociales de cooperación?

Claudio Mangifesta, Ni siquiera.

Cuando citamos la ficción del “velo de la ignorancia”, de Jonh Rawls, es porque creemos que, para elaborar las reglas de la justicia y de reparto de riquezas, es un buen ejercicio entenderse alejados de las circunstancias particulares de cada uno. Si uno piensa en cuanto corresponde a los pobres siendo rico, seguramente, no se llegue a ninguna solución justa. Para traspasarlo a esta película: si el prisionero no sabe si el mes siguiente le tocará estar en el primer piso o en el número 300, qué mejor que garantizar que todos tengan un plato de comida asegurado. La avaricia de riquezas desmedidas, la gula y la acumulación de recursos en pocas manos es algo que, hoy en día, nos deber preocupar, cuando, a pesar de todos los avances científicos y tecnológicos, hay gente que muere de hambre. El 80% de las riquezas del mundo están concentradas en el 1% de la población, mientras que, el otro 99%, peleamos por las migajas. Con una justa distribución de las riquezas podríamos combatir el hambre, la sed y las muertes por falta de acceso a bienes esenciales, como el agua. Hoy en día, atravesados por la grave pandemia del covid-19, el capitalismo nos muestra su flaqueza y, en ese sentido, el film nos interpela con intensidad. Muchos intelectuales, a nivel mundial, se refieren a la crisis del capitalismo y a la necesidad, por parte de los gobiernos, de generar condiciones de equidad y hasta de implementar sistemas de “renta universal”, para aquellos excluidos del trabajo formal. Presidentes que han seguido recetas neoliberales a raja tabla, como Emmanuel Macron, han manifestado que, ciertas cuestiones, como la salud, ya no pueden quedar reguladas por el mercado.
Aún no sabemos la cuantía del daño que nos dejará la pandemia en lo económico, pero, no es difícil advertir que las economías reales de los países se han paralizado, dejando a muchas personas en situación de desempleo o privadas de sus ingresos. Quizá por eso, sea importante pensar en otras formas de cooperación social, con Estados presentes en materia de protección y promoción de derechos económicos, sociales y culturales y de una comunidad internacional que se preste a la ayuda humanitaria, en vez de la injerencia en la política local. Que este no sea el pretexto para implementar sistemas neocoloniales, ni la formación de periferias, para salvar a las potencias de la crisis. Seguramente, como en la película, haya suficiente comida para todos y será cuestión de volver a la posición original, ponernos ese velo de la ignorancia y hacer un ejercicio de empatía mental. El mejor escenario, siempre, será aquél en donde todos tengamos nuestros derechos elementales garantizados.


Macarena Alonso es abogada laboralista y comunicadora social.

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