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El comportamiento cómico como ruptura de lo esperado

Buster Keaton.

Pensar la comicidad requiere, por un lado, de la práctica concreta, pero, también, es necesario poder generar conceptos. En esto último, disciplinas como la psicología, la antropología y la sociología, entre otras, pueden ayudarnos a echar luz sobre lo que sentimos de manera, muchas veces, difusa. Para circunscribir nuestro quehacer como un lente de aumento que nos deje ver ampliado, pero, sólo ampliado, porque, para distorsionar está, justamente, la comicidad.

Es condición de la vida cotidiana cierta transparencia en las acciones y en los objetos que nos rodean. Es decir, que, en principio, cuando todo está dentro del rango de espera, nada nos llama la atención. Cuando sucede algo inesperado, una ruptura de la transparencia, recién, ahí, prestamos atención a los objetos que nos rodean y al comportamiento de los demás. Es intención de esta nota dar cuenta de cómo se construye la transparencia.

 

La socialización: características principales

La risa, nos dice Henri Bergson, es un castigo social. Cuando alguien se corre de lo establecido, aparece la risa para corregirlo. A nadie que no lo busque le gusta ser víctima de la risa, que puede provocar, involuntariamente, sus actos o decires.

Torodov nos recuerda que nacemos dos veces, en la naturaleza y en la cultura.

Si bien compartimos con los animales cierta parte instintiva, el hombre tiene que aprender a resolver sus necesidades y deseos a través de lo aceptado culturalmente, si quiere evitar sanciones. Como, por ejemplo, la risa.

Este aprendizaje se da a partir de la socialización, que es la internalización de las normas sociales, éticas y estéticas. Se la denomina internalización, porque, se incorporan de manera más o menos inconsciente. Son lo que constituyen, luego, los hechos sociales que, según Durkheim, “consisten en modos de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y están dotados de un poder de coacción”.

Por lo tanto, las principales características de la socialización son que se dan a través de la represión del cuerpo y la palabra. Es que no se puede decir todo, hay reglas del decoro. No se puede decir cualquier cosa, se nos obliga a que haya cierto sentido. Y no todos están autorizados para decir, depende de los roles y las situaciones. Sartre observaba, con respecto a la socialización, de manera irónica, que comenzaba la doma, la domesticación de los niños.

Y es que, si tomamos lo que decía el padre del psicoanálisis: Sigmund Freud, en la entrada de lo social hay que de dejar o, por lo menos, atenuar, los impulsos eróticos y sexuales, como así, también, los agresivos y violentos.

Para dar cuenta de esta situación, el psicoanálisis propone dos conceptos: el principio de placer y el principio de realidad. Sobre el principio de placer, Freud, nos dice que, desde que nacemos y en los primeros tiempos, exigimos que todas nuestras necesidades sean satisfechas de manera inmediata. No hay lugar para la postergación y no nos importa qué le puede suceder al otro con nuestra demanda.

Pepe Biondi.

Boris Cyrulnik, en su libro Morirse de vergüenza, nos dice al respecto: “El niño pequeño es amoral, no posee inhibición interna a sus pulsiones que aspiran al placer. Si siente una necesidad o una pulsión, la dirige al otro, sin tener en cuenta el efecto que puede producir en ese otro. En cambio, cuando es capaz de representarse que la expresión de su pulsión puede molestar al otro, el niño se vuelve apto para la vergüenza, ¡es el principio de la moral!”.

El principio de realidad, por su parte, viene a poner coto al principio de placer, ya que está ligado, justamente, a las normas sociales.

Es una simple ecuación, si decido llevar a cabo la realización de una necesidad o de un deseo, sin pasar por el derrotero de la cultura, es muy probable que sea mayor la sanción y, por lo tanto, el displacer que el placer, obtenido de realizar el deseo fuera de las formas consensuadas. Kant decía, refiriéndose a la moral, que ésta no dictaba lo que hay que querer, sino, cómo querer lo que se quiere. La forma más que el contenido.

En la comicidad, sobre todo en los dúos, se trabaja con estos dos conceptos. Uno de los personajes, encarnando el principio de placer (trasgrediendo las normas) y, el otro, poniendo límites y corrigiendo al transgresor.

Este juego, también, se puede ver en un solo personaje, en donde se genera una lucha entre el ser y el deber ser.

Otro binomio que nos ayuda a pensar el comportamiento esperado y, de ahí, desprender el comportamiento cómico como ruptura, es lo dionisíaco y lo apolíneo.

Lo dionisíaco como un cuerpo explotado, desenfrenado, con connotaciones sexuales, amoral, ligado al placer y a lo festivo.

Y lo apolíneo como el lugar de los buenos modales, la armonía en el movimiento y de las buenas formas. Un comportamiento controlado.

En este caso los dúos, también, juegan a tomar, uno, el rol dionisiaco y, el otro, el apolíneo. Y, por supuesto, también, se puede dar el caso que existan los dos conceptos juntos, en lucha, en un solo personaje

 

¿Existe un pensamiento cómico?

En los personajes podemos ver sus razonamientos a través de los efectos de sus acciones.

Hay varios tipos de razonamiento. El inductivo, que va de lo particular a lo general. El deductivo, que va de lo general y saca una conclusión particular. Y, también, tenemos el razonamiento transductivo (o analógico), el de los niños y niñas. Este se da a través de comparaciones, buscando similitudes y diferencias. Va de lo particular a lo particular o de lo general a lo general. Es un pensamiento pre-lógico. En este tipo de razonamiento, el margen de error o de equívoco es más grande.

Piaget, con su teoría de la inteligencia, se refiere a los conceptos de asimilación y acomodación, que generan un interjuego, logrando la adaptación.

La asimilación es la posibilidad de incorporar un conocimiento nuevo a través de esquemas o estructuras ya aprendidas. Pero, como se da por proximidad de datos, no siempre es acertado.

Por ejemplo, un niño o una niña que ven, por primera vez, un burro y sólo conocen los caballos, dirán: ¡mirá, un caballo! Sucede que tratarán de ajustarlo a sus conocimientos anteriores y, sobre todo, por comparación de rasgos de mayor vecindad. Esto sería la asimilación.

Alguien los corregirá y les dirá que es un burro y no un caballo.

La acomodación resulta cuando el niño ve, por segunda vez, el burro y lo nombra correctamente. En este punto logra la adaptación.

Urdapilleta y Tortonese.

En Internet y, por supuesto, ligado a la pandemia, circula un video en donde niños y niñas muy pequeños se acercan a cualquier cosa que sobresalga de la pared y lo aprietan como si fuera un dispenser de alcohol en gel. La asociación insólita es un recurso que aprovecha la comicidad.

El personaje cómico, en muchos casos, da la impresión de estar atrapado en este tipo de razonamiento. Lo cual genera, como resultado, acciones equivocas, impericias e incongruencias.

Que los clowns, sobre todo, se parecen a los niños es una frase trillada. Pero, no por ser dicha muchas veces es menos cierta.

Los clowns y los niños, al no tener internalizadas las normas sociales, generan todo tipo de incorrecciones, por supuesto, desde la óptica del adulto.

Los niños y niñas que, hasta determinada edad, no tienen incorporados las reglas hacen difícil y, por qué no, graciosa una “normal” interacción con los otros.

Reglas como la apertura y el cierre de una conversación, la espera de los turnos para hablar, los volúmenes, las miradas flotantes y no directas y la desatención cortés. La falta del sentido del tacto, el no saber guardar un secreto. Todas las transgresiones al orden expresivo y al orden de la interacción, se las puede encontrar tanto en los niños y niñas, como en los clowns.

 

Soy donde no pienso

En la vida social, la desatención del cuerpo del otro, como pacto de cortesía, es inversamente proporcional a la exigencia de atención de nuestro propio cuerpo. Lo controlamos para no generar malos entendidos. También, para evitar tropiezos, caídas, furcios, exabruptos, en fin, todo aquello que pudiera dañar nuestra imagen ante los otros. Pero, el cuerpo no siempre responde como quisiéramos.

El psicoanalista Jacques Lacan (1966), en sus Escritos, invierte el cogito cartesiano. Y lo podemos tomar como una pista dentro de las tantas definiciones del personaje cómico.

En lugar de decir, como Descartes: “pienso, luego soy (existo)”, Lacan va a decir: “soy, donde no pienso”.

Y, esto, es interesante, porque, cuando se produce el olvido de mi cuerpo, del control de las palabras, hace su entrada la distracción. Por eso, la impericia, lo involuntario y lo repetitivo de las acciones y las palabras, podríamos decir, que son algunas características de la comicidad.

A veces, pareciera que, al personaje cómico, el cuerpo le estorba, le molesta o no sabe qué hacer con él. Le es ajeno y, en esa enajenación, cambia el vínculo con los objetos con los demás y con el mundo circundante de una manera excéntrica.

Peter Sellers.

 

Los objetos en la comicidad

En su libro La náusea, Jean Paul Sartre dice: “Los objetos no deberían tocar, puesto que no viven. Uno los usa, los pone en su sitio, vive entre ellos; son útiles, nada más. Y a mí me tocan; es insoportable. Tengo miedo de entrar en contacto con ellos como si fueran animales vivos”.

Para Heidegger, el objeto útil es el que está a la mano. Donde la vista y la percepción se pierden en el gesto. Estos objetos tienen un para qué, una finalidad. Llevan, en forma implícita, un proyecto, también, una forma de uso desde el cuerpo, cierta actitud. Y un tiempo esperado en la realización del objetivo. Generan cierta expectativa de uso por experiencias anteriores.

Pero, a veces, los objetos de la vida cotidiana no funcionan o se ausentan u obstaculizan un objetivo que se quiere llevar a cabo. Recién, en ese momento, aparecen ante nuestros ojos tal cual son. Ya que es condición la no llamatividad. Entonces, la inempleabilidad del objeto genera la ruptura de la transparencia. La comicidad trabaja desde este lugar. Al personaje cómico los objetos se le rompen, dejan de funcionar o le obstaculizan la consecución del objetivo propuesto. Se le revelan en sus dos sentidos del término. Por un lado, se vuelven inmanejables y, por otro lado, se nos aparecen en toda su cosidad, recortados del entramado del mundo cotidiano.

Esta dificultad genera cierta pérdida de status o imagen del personaje.

Entonces, los conflictos con los objetos son una de las formas de relación que tiene el personaje para tratar de generar comicidad.

Otra posibilidad es la asociación insólita. Esto es utilizar o convertir un objeto en otra cosa. A partir de una cercanía o mayor vecindad con otro objeto diferente, que tiene otra utilidad. Por ejemplo, en el caso de los malabaristas, realizar su rutina con otros objetos, los más alejados de lo que espera el público.

Mr. Bean, en una escena en que está en el dentista, toma el objeto que se usa, habitualmente, para extraer la saliva, pero, como desconoce su uso, por mayor vecindad, lo utiliza como una pequeña aspiradora para sacarse la pelusa del saco, generando, así, una asociación insólita.

Por lo tanto, tenemos varias formas de relación del personaje con los objetos. La dificultad, el conflicto, a través de no poder utilizar el objeto porque no funciona, se ausenta u obstaculiza una tarea. También, el uso excéntrico, la transformación del objeto o la asociación insólita.

Otra posibilidad, es el uso correcto del objeto (función), pero, con una actitud, una emoción o un desacomodamiento del cuerpo, que no condice con el objeto usado. Ya que, podríamos decir, que hay un uso esperado de los objetos, una forma y un tiempo que generan un borramiento ritualizado del cuerpo.

Es que la comicidad no está en el objeto, sino, en el ojo de quien lo mira. No hay ridículo en sí. Siempre, es algo que se juzga desde afuera.

Nabokov, que seguro leyó a Heidegger, escribió, en su novela Pnin: «Su vida era una lucha constante con insensatos objetos que se rompían, o que lo atacaban o que se negaban a funcionar o que se perdían maliciosamente en cuanto entraban en la esfera de su existencia. Su torpeza manual alcanzaba extremos infrecuentes”.

 

A modo de cierre

Es sabido que, la mayor parte los artistas, trabajan la comicidad de manera intuitiva. Con más o menos talento, salen muy bien adelante en la construcción de una rutina, de un personaje cómico.

Pero, creo que es importante que se siga reflexionando y profundizando sobre la praxis, para que resulte de utilidad en la transmisión de conceptos concretos para la dramaturgia, la dirección y la docencia.

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