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Discurso de Lieja

Lieja, Bélgica.

(Con esta ponencia, participó el autor en la XXI Bienal Internacional de Poesía, realizada en Lieja, Bélgica, del 3 al 7 de septiembre de 1998, bajo el lema Un Llamado a los Visionarios / El Tercer Milenio / La Poesía y el Hombre del Porvenir).

 

Durante el verano septentrional de 1960, refugiado en la campiña provenzal, no lejos de Aix, en los mismos paisajes que habían visto los ojos de Cézanne, el desdichado Maurice Merleau-Ponty, que iba a morir pronto, tan joven, y sin poder imaginar, por lo tanto, que se convertiría en obra póstuma, escribe su breve e intenso El ojo y el espíritu. Un texto fundamental, clave, sintomáticamente más cerca de la poesía (o, por lo menos, de los grandes presocráticos, lo que no es nada casual) que de aquello que solía considerarse, entonces, literatura filosófica. Y que comienza con estas palabras, que, aún hoy, me parecen, cada vez, más significativas: “La ciencia manipula las cosas y renuncia a habitarlas”.

En ese mismo año, 1960, uno de los últimos grandes patriarcas de la gran poesía francesa del siglo XX: Saint-John Perse, al obtener, merecidamente, el Premio Nobel de Literatura, en su discurso de recepción, en Estocolmo, había aludido al futuro que imaginaba -o deseaba- para la humanidad como doblemente iluminado por la lámpara de la poesía y la lámpara de la ciencia, pero, no sin dejar traslucir, al hacerlo (acaso de una manera inconsciente), la preocupación que el poderío creciente de esta última, la ciencia, y, de algún modo, en detrimento de la primera, había producido, sin duda, en su ánimo.

Muchas décadas después, casi cumpliendo el siglo, reunidos fraternalmente en Lieja, para imaginarnos, juntos, la flamante centuria, entonces inminente, no conseguía apartar de mí ambos momentos, no lograba dejar de sentirme conmovido por ambos recuerdos. Ahora, sabemos que lo que debía temerse no era, por supuesto, la ciencia pura, la vieja y deseable indagación sin compromisos de la verdad científica, sino, la ciencia aplicada, la ciencia vuelta práctica, la técnica que se hizo tecnología. Y, luego, tecnología absolutamente dominante.

La “manipulación de las cosas”, que Merleau-Ponty atribuía a la ciencia (pero que, como vimos, bien podría anotarse a cuenta de la tecnología), se ha vuelto, ahora, físicamente planetaria, sí, pero, también, sutilmente seductora, amablemente compulsiva, espiritualmente invasora, confortablemente totalitaria. Casi, podríamos decir que, en este mundo, todo se ha vuelto cosa. Y que aquella “renuncia a habitarlas” -de no lejano parentesco con el “poéticamente habita el hombre”, de Hölderlin, que tanto inquietó a Heidegger- es, de algún modo, también, toda la desolada experiencia del mundo de hoy, donde la poesía, el arte, las ideologías e, incluso, las religiones ya no logran encarnar, volverse humanas (y, por lo tanto, cultura) al ser asumidas por los hombres y corren el gravísimo riesgo de concluir girando en el vacío.

Maurice Merleau-Ponty.

Porque, aquella gran ilusión de Saint-John Perse sobre una ciencia iluminada por la poesía y una poesía iluminada por la ciencia, que pudieran alumbrar, a su vez, los futuros senderos del hombre, desdichadamente no ha tenido lugar, no ha podido concretarse. Y recordemos que el autor de Elogios había manifestado esos anhelos cuando Auschwitz e Hiroshima, por ejemplo, ya habían tenido lugar. Y él mismo había vivido, en carne propia, contiguo a aquellas terribles experiencias. Capaces, sin embargo, en medio de su dantesca desmesura, de alcanzar cierta diabólica grandeza

Pero, ¿qué hacer, en cambio, cómo defenderse de la liviana y, sin embargo, precisa e inexorable intromisión con que las cosas fabricadas por la técnica y ya, por esencia, inhabitables para el espíritu, han ocupado el lugar antaño ocupado por las cosas, las cosas naturales o las cosas fabricadas, directamente, por la mano misma del hombre, que, entonces, sí podía habitarlas, podía habitar poéticamente? Cuando se nos pide volvernos visionarios es bueno volver a calibrar, pero, con ojos de hoy, a los grandes y viejos visionarios del pasado. Y, entre ellos, se destaca, ineludiblemente, Arthur Rimbaud.

Hace algún tiempo, en el milagroso Festival Internacional de Poesía que congrega. todos los años, a miles y miles de habitantes de la desangrada Medellín, me plantearon una pregunta tan inocente como demoledora: ¿puede haber, hoy, videntes al estilo de Rimbaud?, que, quizá, viene al caso, también, para esta, no menos milagrosa, Bienal de Lieja donde, casi al filo del nuevo milenio, se nos convoca como visionarios.

Tengo una irreprimible, casi innata desconfianza por las grandes palabras y, si es posible, todavía, mucho más, en este caso ¿Quién puede, y hoy, en estos tiempos áridos y ácidos, casi planetariamente desacralizados, imaginarse a la altura del meteoro Rimbaud? La videncia, además, por lo menos en mi medio y no sólo entre poetas, ha adquirido un sospechoso tinte devaluado y chillón, bien lejos de las Iluminaciones, pero, demasiado cerca de los patéticos ardides de un mago de circo pobre.

Saint-John Perse.

Debe haber sonado, quizás, un poco duro decir esto desde Colombia, donde el milagro de la devoción por la poesía es asombroso, pero, ya con un enfoque casi universal, ¿quién puede considerarse vidente en medio de este abrumador desierto hipertecnológico y ultraconsumista? Y, lo que acaso es aún peor, ¿de qué sirve ser profeta en tiempos de miserias tan corrosivamente diversas, en tiempos tan estruendosamente sordos?

Osando, sin embargo, reiterar aquí mi respuesta a tal cuestión, lamento tener que revelarme –al menos por el momento- no demasiado optimista. No alcanzo a imaginar una gran poesía, sino, en evidente o secreta conexión, así sea por vasos comunicantes, con una lengua efectivamente viva, es decir, no sólo ejercida, hablada, sino, también, como consecuencia, en constante proceso de digestión y auto-recreación, de destrucción y desarrollo, a la manera de todo organismo viviente.

¿Cómo imaginar, entonces, un futuro poético para la humanidad si, como intuyo, estamos viviendo (quizá, sin darnos cuenta) una auténtica mutación? Porque, después de no pocos siglos de civilización centrada en el lenguaje, mucho me temo, que hayamos salido, acaso sin percibirlo, de eso. Pero, el lenguaje no es tan sólo un instrumento, una herramienta que podemos dejar de lado para sustituirla por otra, supuestamente, más efectiva, más eficiente. Por el contrario, el lenguaje es el umbral mismo de lo humano, el lenguaje nos constituye: somos lenguaje y somos por el lenguaje. Con lo cual, mucho me temo que, por desgracia, la crisis en que, hoy, se debate la poesía no es, simplemente, el problema de un género literario, apenas, sino, la manifestación de algo más profundo, que afecta, tal vez y en lo esencial, a toda nuestra humana condición.

Entonces: ¿sobrevivirá la letra impresa, encontrará la humanidad otras formas de satisfacer su sed de poesía, subsistirá esa sed, aunque no sea escrita? Quieran los dioses depararnos su benevolencia. Porque, en uno de sus manuscritos póstumos, Fusées (Cohetes), escrito, probablemente, entre 1855 y 1862, ese otro auténtico visionario que fue Baudelaire ya nos vaticinaba: “pereceremos por donde hemos creído vivir. La mecánica nos habrá americanizado de tal modo, el progreso habrá atrofiado tan bien en nosotros toda la parte espiritual, que nada, entre las ensoñaciones sanguinarias, sacrílegas o anti-naturales de los utopistas, podrá ser comparado a sus resultados positivos”. Para agregar, poco más adelante: “Pero, no es particularmente por las instituciones políticas que se manifestará la ruina universal; o el progreso universal; poco me importa el nombre. Será por el envilecimiento de los corazones.”

Y, el mismo intelectual latinoamericano que fue capaz de enfrentarse con tantos de sus colegas para denunciar, en su momento, al totalitarismo, mal llamado, soviético, el mexicano Octavio Paz.

César Vallejo.

Octavio Paz, durante un reportaje para Le Nouvel Observateur, poco antes de morir, pudo afirmarle a Jacques Julliard: “Tocqueville vio eso bien. Habla de una vulgarización de la vida democrática y hasta de una incompatibilidad entre la poesía y la democracia moderna. La cuestión subsiste. Se habló del desastre del autoritarismo, sería preciso hablar del desastre del capitalismo liberal y democrático, en el dominio del pensamiento como en el de la vida cotidiana; la idolatría del dinero, el mercado transformado en valor único que expulsa a todos los otros.”

Eso que, después de todo, en el canto final de Exilio, ya había expresado, maravillosamente, Saint-John Perse: “Huésped precario a la orilla de nuestras ciudades, tú no franquearás el umbral de los Lloyds, donde tu palabra no tiene curso y tu oro carece de valor… / Yo habitaré mi nombre, fue tu respuesta a los cuestionarios del puerto. Y sobre las mesas del cambista, sólo produces confusión. / Como esas grandes monedas de hierro exhumadas por el rayo”. Con tan nítidas palabras, escritas antes de 1942, el creador de Anábasis enunciaba, ya entonces, con total claridad, la situación de la poesía frente a las potencias del mercado. Aunque, claro que lo hacía con dignísimo gesto, incluso, hasta con una sincera altivez, con orgullosa nobleza.

Pero hoy, en cambio, cuando las únicas leyes realmente en vigencia para nuestras sociedades sólo parecen ser las de la oferta y la demanda, el toma y daca, desde semejante punto de vista, hasta puede resultar irrisoria la situación de la poesía. La poesía que no se vende, la poesía que no tiene absolutamente ningún mercado, en estos tiempos de tiranía absoluta del mercado. Tanta que, de algún modo, parodiando la trágica advertencia de Adorno, hoy, podríamos preguntarnos si es posible escribir poesía después de McDonald’s. De la civilización que representa McDonald’s, por supuesto.

En el porvenir inmediato, para el siglo XXI, ¿podrá ser muy diferente la situación del poeta? Quizás sí, quizás no. No cambiarán, para sus auténticos creadores, las exigencias del poema, que Dante acuñó tan bien como “gloria de la lengua”. Pero, es probable que cambien, sí, las condiciones de su resonancia, de su audiencia, de su significación. Que están ligadas con un contexto cultural, social, humano, cada vez, más dominado por las técnicas de seducción masiva, donde el lenguaje es sometido a infinitas tensiones. Con gravísimos riesgos que ya pudo prever, quizás, hace no pocos años, el más hondo poeta de nuestra América limpiamente mestiza, ese peruano universal que fue César Vallejo, cuando llegó a preguntarse, por ejemplo, con serenísima grandeza: “¿Y si después de tantas palabras / no sobrevive la palabra?”.

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