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Borges se copia

Alfredo Lazzari, Esquina de Pedro de Mendoza.

Primero, me pareció de no creer, casi imposible sólo atreverme a imaginarlo y cerré y guardé el libro de inmediato, avergonzado de mí mismo. Pero, fui y busqué el otro. Lo abrí. Era evidente. No podía creerlo. Después, tan intrigado como para volver a cerciorarme, los fui a buscar de nuevo, juntos. Los hojeé. Y, allí estaba, imposible negarlo. La frase, las palabras y los signos exactos que componían esa frase están allí, prácticamente idénticos. En ambos libros.

Me quedé confundido. En semejante autor, eso no podía ser un ardid, ni una minucia, ni mucho menos un simplísimo error. Eso, a cualquiera, iba a pasarle, pero no a Él. Presa de cierto pánico, me arrojé, desconfiado, pero ansioso a las aguas insondables de la memoria digital, para indagar, en esos archivos confusos e infinitos, alguna prueba, algún testimonio, algún otro. Algún otro que, también, se hubiera dado cuenta. Pero no, no había nada. Y tuve que aceptar lo ya evidente: una y otra frase son, exactamente, iguales.

Se me ocurrió buscar en la primera edición de sus obras completas, que conservo con su firma insegura, de ciego. Si había sido un desliz, allí, podría haberlo subsanado. No fue así. Todo seguía igual. Y el hecho resultaba, pues, flagrante. Tan flagrante como impenetrable, en su enceguecedora nitidez.

Porque se trataba de Borges, ese escritor que ejerce el adjetivo como el torero su estocada final. Un escritor en cuya entera obra casi no se repite una palabra. Una obra que congenia exquisita modestia con la exigencia más altiva.

Pero, aquí están las pruebas. Y tenía que ser en el justamente memorable cuento El Sur, que cierra a toda orquesta ese libro, Ficciones, donde empezó a consolidar su nombre. En la segunda parte, que subtituló (precisamente) Artificios y fechó en 1944, puede leerse lo siguiente: “Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia”. Es bello, es preciso, es justo, es tocante. Pero veamos.

No mucho tiempo después, nada menos que en El aleph, libro que, como es sabido, apareció originalmente en 1949, pero, en uno de los cuatro cuentos que le agregó, según su Posdata de 1952, puede leerse, en el relato El hombre en el umbral, esta otra frase, que su personaje Pierre Ménard (¡quien crea el Quijote como por primera vez!) bien pudiera haber reclamado como suya, pero que mi flaca memoria insiste en reiterar del todo semejante a la primera: “Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia.”

¿Qué hacer frente a eso, frente a una cosa así? ¿Yo, descubrirlo en eso, a Él? Y peor aún: ¿quién iba a creer que Borges se había copiado, literalmente, a sí mismo, que había repetido en dos cuentos de temas y asuntos diferentes, casi letra por letra, signo por signo, la misma frase similar? ¿Quién podía imaginar que Él, nada menos que Borges, no había hecho de esa repetición una trampa para incautos, sino que, directamente, o se le había escapado o tanto le gustó que fue a sabiendas?

Por si fuera poco, además de ese auto citarse, ¡repetirse!, en ambos cuentos, también, son similares, aunque, no ya tan idénticas, las frases precedentes. Donde se cambia de situación y de contexto, pero, el protagonista sigue siendo, básicamente, el mismo. Y hasta con idéntica o casi idéntica función.

Dice, en El Sur: “En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo.” Y dice, en El hombre en el umbral: “A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en el umbral un hombre muy viejo.” Sólo que, aquí, intercala, antes de la frase que vimos reiterada en ambos casos, esto, acaso, imprescindible: “Diré cómo era, porque es parte esencial de la historia.” Lo cual agrava el hecho. O insisto, me parece, puede ser: también lo embebe de ironía.

Nunca sabremos con exactitud, del todo, a ciencia cierta, qué lo movió a Él a esa jugada. Nunca sabremos si no se dio cuenta (cosa impensable, aterradora) o, como todo pareciera indicar, lo hizo adrede, a propósito ¿Y, entonces, Borges, estoy diciendo Borges, no tuvo otro remedio que recurrir a la reiteración, porque sintió que era el momento justo para hacerlo, que, precisamente, esas palabras debían estar de nuevo allí?

¿O, acaso, fue el justo momento el que le demandó, a Él, que era eso lo que debía insertarse en ese punto? ¿Lo que correspondía, ahí? ¿Se le puede haber escapado, a Él, algo como eso? ¿Lo hizo ex profeso? ¿Quiso demostrarnos que lo de Pierre Ménard seguía siendo, como siempre lo fue, nunca una burla ni una zancadilla, sino, una demostración, una evidencia?

¡Maten a Borges!, dicen que les gritó Gombrowicz a sus escasos seguidores locales, cuando logró escapar, después de décadas, de su empantanamiento en Buenos Aires, proa a la Europa que iba, también, a consagrarlo.

¿Maten a Borges? Probablemente una metáfora, una alusión, un símbolo. De cualquier modo, estoy seguro, ni soy yo ni esta leve digresión quien va a lograrlo.

Pero se lee en El Sur: “En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia.”

Y, al leer El hombre en el umbral, ineludiblemente Él, también, dice: “A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en el umbral un hombre muy viejo. Diré cómo era, porque es parte esencial de la historia. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia.”

El mismo caso de que ambos libros sean de escritura consecutiva en pocos años, de 1944 a 1952, primero uno, después el otro, no resuelve el asunto. Es más, lo agrava. Si la reiteración se hizo a propósito, el mismo hecho de ubicarla en su obra inmediata ostenta la honestidad de ofrecernos una pista, demostraría la inocencia con que lo hizo.

Pero, también, nos deja, al hacerlo, lo nunca imaginado: que Él no llegó a darse cuenta. Que no lo percibió, cosa inaudita ¿Y no se dio cuenta, si así fue, a lo largo de toda su vida? ¿Y en cada reedición de dichos libros? ¿Y en sus obras completas? ¿Reeditadas una y otra vez? No, si lo hizo, lo hizo a sabiendas. Y si no se dio cuenta, peor aún.

¿Matar a Borges? Díganle a Pierre Ménard.


Rodolfo Alonso es poeta, traductor, ensayista.

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