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Aula y pandemia

La luz de Lucho. Foto: Omar Perera.

“Las solidaridades tan alabadas por el discurso político ya no deben considerarse como la venganza de los pobres en situaciones de crisis, sino como un horizonte para que todos puedan encontrar mañana, una sociedad donde la cooperación prevalecerá sobre la competencia, donde la construcción de lo común mediante el intercambio de conocimientos prevalecerá sobre el individualismo mortal”. (Philippe Meirieu)

 

El 2020 fue un año de profunda reflexión y experimentación de nuevas metodologías y formatos para abordar los problemas del aula. Modalidades a las que, sin duda, nos obligó la pandemia, pero, que hicieron que, de algún modo, ampliáramos la mirada con respecto al planteo inicial del ciclo lectivo.

Creo que el aporte de esta experiencia educativa no ha podido ser evaluada en su totalidad, porque, aún hoy, nos atraviesa fuertemente. Esta tentativa de presencialidad, este sistema mixto, para nada se parece a nuestra antigua manera de estar presentes. Pasamos de la circularidad del abrazo, al círculo de la burbuja. Por lo tanto, la valoración de lo aprendido, de lo ganado y de lo perdido se irá poniendo en palabras, compartiendo y construyendo de a poco.

Creo preciso identificar la incidencia que esta experiencia pueda o deba tener sobre otros aspectos educacionales. Sus aportes, sus mixturas, sus matices y sus complejidades sin dejar de mencionar mi defensa al derecho de habitar las aulas, espacio ceremonial de aprendizaje, cuando las condiciones epidemiológicas así lo indiquen.

Creo, además, que la pandemia no hizo más que afirmar, profundizar estos saberes-haceres solidarios y cooperativos, construidos a través de la práctica y reconocidos como constructores de entramados, dentro del ámbito educativo. Ellos fueron y son de enorme valía en estos días aciagos en los que, aún, tenemos que transitar la virtualidad.

La totalidad de la humanidad fue atravesada por una situación insólita e impensada, en la que la construcción de lo cotidiano quedó asentada sobre la más angustiante de las incertidumbres. Los cuerpos dejaron de estar. Pero, ¿qué pasó cuando los cuerpos dejaron de estar presentes?

El cuerpo que interviene en todas las tareas que dan sentido a la existencia es quien nos suministra las imágenes que nos permiten asirnos al mundo e intentar comprenderlo, significarlo y habitarlo con quienes comparten el mismo sistema simbólico. Pero, este sentido, otorgado a nuestra experiencia sensorial, sólo es posible porque somos seres sociales que existimos por la mirada y la presencia del otrx.

Apareció la necesidad de juntarnos. Solx no se podía. No teníamos cuerpos en contacto, pero, sí cuerpos. Cuerpos como objetos maltratados y despoetizados por el neoliberalismo. Puestos en juego sólo como bienes de uso. Nuestra intención: revalorizar su rol afectivo y metafórico. Rescataríamos el cuerpo y los afectos, a pesar de todo.

El capitalismo neocolonizador, un día, nos dejó en cuarentena, nos enfrentó a la finitud y a la sin razón de un cotidiano enmarcado en la competencia y la acumulación.

Amaneceres. Foto: Omar Perera.

Boaventura De Souza Santos, en su libro La cruel pedagogía del virus, sostiene: “La idea simple y evidente de que, especialmente en los últimos cuarenta años, hemos vivido en cuarentena, en la cuarentena política, cultural e ideológica de un capitalismo encerrado en sí mismo, así como en la cuarentena de la discriminación racial y sexual sin las que el capitalismo no puede sobrevivir. La cuarentena causada por la pandemia es, después de todo, una cuarentena dentro de otra” (pg. 84).

El mundo se detuvo y la comunidad educativa no quedó, por supuesto, exenta de esta crisis. Cambió, abruptamente, el escenario educativo, cambiaron nuestros hábitos, aparecieron nuevos desafíos. Debimos revisar y reevaluar en acto nuestros sistemas de pensamiento y el modo de tomar decisiones. Sin contar con los elementos necesarios para comprender la verdadera dimensión de lo que sucedía y sin poder evaluar el impacto producido comenzamos a andar, con muy pocas certezas. Construyendo experiencia a cada paso e intentando pensar sobre el futuro de la educación, cuestionando nuestra visión de la realidad y, con poco o nada de tiempo, para revisar las consecuencias de nuestras acciones. Pero, algunas cosas pudimos o, al menos, intentamos hacer con este tiempo robado al capitalismo.

Tratamos de “instituir un espacio-tiempo colectivo y ritualizado” rescatando la importancia de «hacer el aula» para «hacer la escuela», como menciona Philip Merieu en el artículo digital La escuela después… ¿con la pedagogía de antes?

Intentamos zanjar y reparar, aun a distancia, las terribles desigualdades a las que estaban sometidxs nuestrxs alumnxs y sus familias. Con algunas herramientas, poco conocidas y poco evaluadas, intentamos acercarnos, lo más posible, para saltar la distancia virtual y volver a estar allí, junto a ellxs.

Procuramos anclarnos en modos de ayuda mutua y colaborativa entre docentes, familias y estudiantes. En fin, con la sociedad toda.

Hemos aprendido, pedido e intercambiado consejos y conocimientos. Escuchado ávidamente, como nunca antes lo habíamos hecho, a todo el que pudiera ayudar sin importar su especialidad. En un verdadero trabajo colaborativo, conjunto aunamos esfuerzos lxs docentes y toda la comunidad. Se borraron las barreras del yo para abrir la puerta al nosotrxs.

En un mundo tan adepto a construir fronteras: las geográficas, las étnicas, las ideológicas, las personales y las del conocimiento. En sociedades en las que diseccionamos, separamos y fraccionamos comenzamos a pensar en que la interdisciplina podía ser una alternativa en la enseñanza, estableciendo una relación de reciprocidad y colaboración como alternativa a la soledad del aula virtual.

Ivani Fazenda señala, en Prácticas interdisciplinares en la escuela: “La interdisciplinariedad, es una relación de reciprocidad, de mutualidad, que presupone una actitud diferente a ser asumida frente al problema del conocimiento, o sea, es una sustitución de una concepción fragmentaria por una unitaria del ser humano. Donde la importancia metodológica es indiscutible, por eso, es necesario no hacer de ella un fin, pues la interdisciplinariedad no se enseña ni se aprende, apenas se vive, se ejerce, por eso, exige una nueva pedagogía, una nueva comunicación” (pg. 19).

¿Podrá ser la escuela post covid una escuela que pueda capitalizar el rol insustituible de los docentes; establezca sistemas de enseñanza en los que el bien común responda a intereses colectivos; promueva la cooperación y la participación de todxs, la igualdad de derechos y de posibilidades?

El trabajo continúa, al igual que las preguntas.


Gabriela Perera es investigadora en Arte y Educación en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, docente de Teatro en el Instituto Vocacional de Arte M. de Labardén, actriz y dramaturga.

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