Notas de Opinión

Un artista del hambre

¿El humor siempre nos salva? De lo poco que pudimos reírnos

En estos últimos cuatro años, creo que haber hecho humor con la realidad y, sobre todo, con el EX (el ex presidente Macri), permítanme nombrarlo así, fue un escape, una línea de fuga para muchos. Es sabido que en la política hay un alto grado de ficcionalidad, donde los funcionarios se convierten en personajes. Se entrenan con un coach para la dicción, para controlar los gestos, en fin, para dar una imagen convincente. Y, en este caso, fue una mezcla chaplinesca, incluso con rasgos de Mr. Bean y Buster Keaton. A mí me sirvió como ejemplo para ilustrar muchos mecanismos de la comicidad.

Se podría decir que hay dos grandes formas  de hacer reír: a través de las palabras y lo que genera el cuerpo del actor. Una de las máximas de la comicidad es trabajar con las acciones involuntarias del personaje, lo repetitivo, el furcio, el acto fallido, etc. Romper con lo ceremonioso de una situación y, especialmente, la relación con los objetos, que, en escena, es portadora de potenciales conflictos. Éstos fueron encarnados magistralmente por el EX. La exageración, la hipérbole y el hecho de pasar de un estado a otro sin transición lógica emocional, fueron unas constantes en muchas de sus apariciones. Ejemplo de esto último, fue el famoso «¡No se inunda máaasss!»

La dificultad con los objetos

En la construcción de la comicidad los objetos son una parte muy importante. Ya que, al relacionarnos con ellos, se puede producir conflictos y, al querer resolverlos, aparece una oportunidad de generar la risa. En escena, los objetos se nos revelan, se rompen, se mezclan, nos golpean o no se saben usar, aunque sean de uso simple y cotidiano. Entonces, se produce una inversión. El personaje se vuelve una cosa y los objetos cobran vida.

Unos buenos ejemplos

En la inauguración del nuevo aeropuerto de Jujuy, dijo: «Sé que muchos sienten que, todavía, no llega ese impulso o que no lo ven en su bolsillo o en su mesa de todos los días y los escucho, eh, los escucho». En ese momento, interrumpe una musiquita, era en su bolsillo su propio celular: «uy, perdón» y tiene que hacer los gestos rápidos y desordenados para buscar y apagar el celular. En Formosa, en una conferencia, la Bandera Argentina que estaba en un mástil detrás suyo se cae sobre su  cabeza, justo en el momento en que hacía referencia a generar «trabajo de calidad». En la apertura de sesiones ordinarias, se le traspapelaron las hojas y repitió dos veces una misma frase.

Desde batir huevos en un programa de cocina, con un ritmo inadecuado, muy lento, como si revolviera azúcar con una cuchara en un café o la hiperatención a las instrucciones para ponerse un barbijo y usar los guantes de jardinería al revés, son claros ejemplos sobre la dificultad con los objetos cotidianos.

De cómo romper lo ceremonioso de una situación

Podríamos decir que muchas escenas de comicidad se desarrollan en situaciones ceremoniosas, protocolares, ritualizadas e, incluso, deportivas, ya que gozan de un status alto o de prestigio. A diferencia de otros contextos más relajados, en las situaciones ceremoniosas el cuerpo es más discreto en sus movimientos, en la manera de hablar, los volúmenes, etc. El personaje cómico rompe con el contexto ceremonioso en forma involuntaria. Entonces, cuando sucede algo inesperado, insólito o desubicado en esa situación, puede producir la risa.

En un acto institucional, estando todos posando para la foto, el EX arrastra a la fuerza a un chico para que saliera, junto a él. y la resistencia y el forcejeo con el  niño asustado generó una situación muy cómica. Ante una multitud, gritó, en una gran arenga: “que escuche todo Corrientes», salvo que estaba en el Chaco. En otro discurso, explicó: «he estudiado al máximo y estoy tratando de hacer lo mínimo posible para que acompañemos juntos este proceso», produciendo un gran ejemplo de un chiste por la vía de la contradicción.

En Pergamino y en una clara referencia para refutar lo que le había contestado Alberto Fernández, en el debate presidencial sobre que los jubilados que no tenían celulares, contrariamente a lo que pensaba él, ya que apenas les alcanzaba para pagar los remedios, encontró la oportunidad y disparó la pregunta, que confirmaría sus propios dichos. “abuela ¿tenés celular o no? Ella no tiene», tuvo que admitir. Luego, tratando de mistificar el momento histórico del país, le preguntó a un niño: «y en unos años, cuando a vos te pregunten tus hijos: ¿dónde estabas?”, y le acercó el micrófono al chico, quien contestó: «estaba en el baño».

En la ciudad de Reconquista, ante la gente reunida con pancartas, le ganó el entusiasmo y empezó a nombrar las localidades presentes, leyendo los carteles. Entre ellos había uno que decía: Mi mamá te quiere y, por supuesto, la leyó como una localidad más, aunque se dio cuenta rápido, ya era tarde.

Como ya se dijo tantas veces: el humor es tragedia más tiempo.

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