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La luna con gatillo: Raúl González Tuñón

“Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.”

(Raúl González Tuñón, La luna con gatillo).

 

Raúl González Tuñón afirmaba que se debía ser extremadamente cuidadoso con la denominación poeta social. Para él no existía poesía social, sino, poderosos elementos sociales, los cuales –sin que el poeta se lo proponga- se introducen en su conciencia y en su obra. Los problemas sociales y políticos fueron ubicándose en el centro de su acción y su poética, tomando conciencia de que la poesía debía acompañar los procesos históricos.

Tuñón fue un martinfierrista, pero, compartió con el grupo de Boedo la convicción de una poesía militante. En su obra se pueden delinear diferentes etapas. La primera de ellas, corresponde al contacto con la ciudad (Borges lo llamó “el otro poeta suburbano”), el interior del país, París y Brasil. Las obras de este momento son: El violín del diablo (1926), Miércoles de ceniza (1928), La calle del agujero en la media (1930) y El otro lado de la estrella (1934). En este primer período se sintió atraído por lo marginal, que su poesía trasforma en belleza: “Vi belleza en lo negro y en lo trágico / lo bello, lo sublime, lo ridículo, lo sombrío”.

En su primer viaje a Europa, se acerca al surrealismo y, al integrarlo en su obra, realiza una síntesis entre la vanguardia y la actitud de compromiso político. Esto puede observarse en su poemario La calle del agujero en la media. En este libro suma a su primera poesía, caracterizada por la exaltación del yo, la presencia del otro: los proletarios, los camaradas y las mujeres amadas.

Tuñón realizó dos viajes a España, en 1935 y 1937. La Guerra Civil Española produjo una transformación profunda en su obra. Participó en congresos de escritores y grupos intelectuales antifascistas. A esta etapa corresponden: La rosa blindada (1936), La muerte en Madrid (1939), Las puertas del fuego (1938), serie de crónicas sobre la guerra, y Ocho documentos de hoy (1936), testimonio y opiniones sobre el papel del escritor en el mundo actual, que incluye un grupo de poemas de temática española.

En el prólogo de La rosa blindada, en cuya portada se lee:  “Homenaje a la insurrección de Asturias y otros poemas revolucionarios”, encontramos estas palabras: “Y si una pretensión tengo es la de ser un poeta revolucionario, la de haber abandonado esa especie de virtuosismo burgués decadente, no para caer en la vulgar  crónica chabacana que pretende ser clara y directa y resulta ñoña, sino, para vincular mi sensibilidad y mi conocimiento de la técnica del oficio a los hechos sociales que sacuden al mundo. Sin que lo político menoscabe a lo artístico o viceversa, confundiendo, más bien, ambas realidades en una.”

Los sucesos españoles, especialmente el levantamiento minero de Asturias, lo llevan a la imagen del abuelo asturiano y socialista que despertó, en el poeta, el sentimiento revolucionario. “Hombre, cuida a tu mujer,/ obrero, guarda a tu casa/ Mira que vienen los lobos/ con el desierto en el alma”.

Surge la etapa de Juancito Caminador, cerca de un mundo que podría denominarse mágico tiene, al mismo presente, la acción política. Las obras Himno de pólvora (1943), Primer canto argentino (1945) y Todos los hombres del mundo son hermanos (1954) van acentuando una poética decididamente social, con el poema como arma de combate.

La última etapa presenta una síntesis entre los dos polos antagónicos: poesía social vs. individualismo. Tuñón afirmaba que la poesía debería tender al realismo romántico, conjugando la fantasía y la sensibilidad social. Dentro de esa línea, se ubica A la sombra de los barrios amados (1957), Demanda contra el olvido (1963), Versos para el atril de una pianola (1965), Crónicas del País de Nunca Jamás (1965), El rumbo de las islas perdidas (1969), La veleta y la antena (1969) y El banco en la plaza (1974), con una disposición más marcada hacia una poesía intimista, pero, sin desentenderse de los temas sociales.

El 25 de octubre de 1966, con motivo de la distinción que recibió González Tuñón de la Academia Argentina del Lunfardo, César Tiempo dice: “El poeta (Tuñón) no se amilanó nunca, ni se dejó mojar por esa garúa letal que los porteños bautizamos con el nombre insustituible de mufa. Existir, en la fuerza etimológica de su significado, es estar fuera de nosotros, adentrarse en el heroísmo de desaparecer en los demás. Esto es lo que supo hacer Raúl.”

En una encuesta publicada por la revista de izquierda Contra, dirigida por Raúl González Tuñón, en 1933, se planteó la pregunta del momento: “El arte debe estar al servicio del programa social?” Jorge Luis Borges respondió con sarcasmo: “Es una insípida y notoria verdad que el arte no debe estar al servicio de la política. Hablar de arte social es como hablar de geometría vegetariana o de repostería endecasílaba. Tampoco el Arte por el Arte es la solución. Para eludir las fauces de ese aforismo, conviene distinguir los fines del arte de las excitaciones que lo producen”. Aunque Borges había saludado, inicialmente, a Tuñón como “el otro poeta suburbano” resulta evidente que los senderos de ambos se bifurcaron.

Desde las páginas de Contra, González Tuñón afirmó: “A esta altura del tiempo, creemos que el arte puro, el arte-abstracción, el arte-curiosidad, el arte-entretenimiento, sólo será posible en una sociedad sin clases, posible y justo, posible y lógico. Hoy, el arte no puede estar ajeno al drama del mundo. Los que no lo crean así, sólo serán sirvientes o aliados de una clase, minoritaria, explotadora, mediocre y en descomposición, que es la clase burguesa”. Y, en su poema Las brigadas de choque, el poeta invocaba: “No pretendo realizar únicamente el poema político / No pretendo que mis camaradas poetas / sigan por este camino. / Que cada uno cultive en su intimidad el Dios que quiera / Pero reclamo de cada uno la actitud revolucionaria / frente a la vida. / Pero reclamo el puño cerrado / frente a la burguesía / He reconquistado el fervor y tengo algo que decir!”

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