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La imaginación no es un don, sino el objeto de conquista por excelencia

En Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Nietzsche dice:

“En algún apartado rincón del universo, derramado centelleante en un sinnúmero de sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más arrogante y mendaz de la ‘historia universal’, pero, con todo, un minuto tan sólo. Tras haber la Naturaleza alentado unas pocas veces, se congeló el astro, y los animales inteligentes tuvieron que morir. Y fue en buena hora: pues aunque ellos se pavonearan de haber conocido ya muchas cosas, sin embargo, finalmente habían acabado por descubrir, para gran decepción suya, que todo habían conocido erróneamente. Murieron y maldijeron la verdad al morir. Tal fue la índole de estos animales desesperados que hubieron inventado el conocimiento”.

El hombre, según Nietzsche, aparece pequeño dentro de la multiplicidad de la existencia. La realidad se le presenta amorfa y esto lo desconcierta, ya que no la puede interpretar. Se vuelve indefenso en su devenir, porque, todo corre en un río de mutaciones. Es así como, ante esta situación, que lo desestabiliza, necesita crear algo que lo pueda reparar, que le permita ser creando una nueva realidad interpretada por el lenguaje. De este modo, el autor afirma que (…) la palabra mata, todo lo que está fijo mata (…)”.

El sujeto usa su intelecto para crear y para establecer parámetros concretos del mundo y de las ideas. Nombrar es un acto de concreción, como el alfarero da forma a la arcilla y, luego, hasta puede hacer objetos con utilidad. Salir de la angustia y del desconocimiento desemboca en armar una unidad, en pasar de la multiplicidad amenazante, en constante devenir, a la afirmación de ideas y conceptos fijos. Así se produce el nacimiento de La Verdad, volviendo al sujeto esclavo de su creación.

Pero, entonces, ¿es posible conocer la verdad? Esa es la pregunta que abre el espectáculo La imaginación al poder, de Eduardo Gilio. Aunque, también, es una pregunta que se hicieron los actores políticos que participaron del mayo francés: una revuelta cultural que tuvo lugar en Francia en mayo de 1968, donde obreros y estudiantes se levantaron ante el poder capitalista para establecer una revolución, que produjo consecuencias en todo el mundo. La revolución tomó como representante al movimiento surrealista, proponiendo una nueva lectura de los postulados de Marx: el hombre/mujer es interpretado a partir de una situación objetiva por las leyes que rigen su acción y es esta estructura la que le permite tener conciencia, para modificar sus acciones y redirigirlas en consecuencias transformadoras de la sociedad.

Las vanguardias artísticas le suman a la política marxista la idea de “transformar la vida”, como una nueva lectura del materialismo histórico dialéctico, criticando el sistema capitalista, desde varios puntos de vista: lo cotidiano, lo cultural, lo estético y lo moral. El movimiento surrealista, al igual que los postulados filosóficos de Nietzsche, se pregunta sobre la mirada, sobre la verdad de lo que se observa, la veracidad de la realidad. Dice el Manifiesto Surrealista:

“¿Por qué no he de esperar, del indicio del sueño, más de lo que espero de un grado de conciencia cada día más elevado? ¿No podría aplicarse, también, el sueño a la solución de los problemas fundamentales de la vida? ¿Se trataría de idénticos problemas en uno y otro caso? ¿Ya estarían planteados esos problemas en el sueño? ¿Está el sueño menos abrumado de sanciones que todo lo restante? Yo voy envejeciendo y, más que esta realidad a la que me creo constreñido, quizás, sea el sueño, la indiferencia en que lo tengo, lo que me hace envejecer.”

Es esta unión del Mayo francés y el Surrealismo la que se puede observar en la obra de Gilio. Donde, a partir de un uso plástico del espacio, mediante mecanismos artesanales y con un uso de los cuerpos extra cotidiano, se observa un complejo montaje que muestra la concepción onírica de los símbolos y donde cada signo tiene un valor específico dentro del discurso surrealista. La utilización de máscaras sorprende y provoca situaciones ominosas, cuerpos fragmentados aparecen como fantasmas abriendo temporalidades paralelas y la iluminación proporcionada por candilejas, linternas y pequeñas luces de colores tiñen el espacio, como una pintura de Max Ernst, Paul Delvaux, Yves Tanguy, André Masson, René Magritte o Leonora Carrington, afectando al público e introduciéndolo a una experiencia estética de otro orden.

El espectáculo deja de ser una simple obra para tener diversas acepciones, ya que cada espectador podría constituir su camino, su mirada propia, su recorte de la realidad, su vuelta a un estadio sin lenguaje, a ese momento otro donde el des-orden era lo dominante. Y, como en el hecho histórico del 68 deja una huella, que sigue haciendo eco en el inconsciente colectivo. Pensar el arte como instrumento, pensar el arte como una potencia emancipadora.

Acerca de la compañía Teatro Acción

Teatro Acción es un grupo profesional autogestivo, que funciona como laboratorio teatral. Concebido por el director y maestro Eduardo Gilio en 1980, sus integrantes trabajan en la creación de espectáculos originales, el estudio, práctica y enseñanza del arte del actor y la organización de actividades culturales.

 

Ficha artística- técnico:

Autoría: Eduardo Gilio

Actúan: María Atencio, Carlos Ruben Avila, Sergio Di Crecchio, Agustin Estienne y Lis Torres

Vestuario: Eduardo Gilio

Escenografía: Eduardo Gilio

Iluminación: Eduardo Gilio

Espacio escénico: Eduardo Gilio

Video: Eduardo Gilio

Música original: Eduardo Gilio

Técnico de sonido: Daniel Acevedo y Germán Campos

Fotografía: Eduardo Gilio

Prensa: Verónica Vélez

Producción: Teatroaccion

Dirección: Eduardo Gilio

La obra puede verse los viernes a las 22.30hs., del 4 de octubre al 29 de noviembre en el Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543, CABA. Entrada: $ 350.

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