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Jorge Luis Borges y Buenos Aires

Palermo.

«Las calles de Buenos Aires

ya son mi entraña.

No las ávidas calles,

incómodas de turba y de ajetreo,

sino las calles desganadas del barrio,

casi invisibles de las habituales,

enternecidas de penumbra y de ocaso

y aquellas más afuera

ajenas de árboles piadosos

donde austeras casitas se aventuran,

amuralladas por inmortales distancias,

a perderse en la honda visión

de cielo y de llanura.»

(Las calles, en Fervor de Buenos Aires, 1923).

 

Si pudiéramos acompañar los pasos de Borges, de sus infinitos días y noches en la ciudad de Buenos Aires, podríamos ir y volver dentro de un mapa circular, gobernado por coordenadas espacio-temporales únicas. Una brújula oscila de un punto a otro de Buenos Aires en el siglo XX. Y esta cartografía que construye Borges, con su vida y escritura, se extiende hacia los puntos cardinales, multiplicados en una rosa de los vientos. Colisión de los espacios llenos de historias.

Ilustración de Miguel Rep.

Quizás, podemos intentar un itinerario posible desde la época de la infancia del escritor. En Tucumán 840 se erguía la casa donde nació Borges. Es el microcentro de Buenos Aires. El escritor expresa:Aquí nací yo, en el corazón de la ciudad, en la calle Tucumán, entre las calles Suipacha y Esmeralda, en una casa (como todas las de ese tiempo) pequeña y sin pretensiones, que pertenecía a mis abuelos maternos…” (Memorias). Más tarde, la niñez de Borges transcurrirá en su casa de Serrano al 2100, justo hacia la esquina con la calle Guatemala. Es la primera década del siglo XX y, esa zona, ubicada en los márgenes de Buenos Aires, se caracterizaba por caseríos y construcciones bajas.

Palermo era el arrabal, la orilla, el suburbio alejado del centro. Con obreros, corajudos, malevos, cuchilleros, tangos y lunfardo. Algunos  personajes, hoy, no existen, pero, Borges los retrató para que vivan, siempre, en sus libros. Ese espacio popular se conjuga en la exaltación borgesiana: “Prendieron unos ranchos trémulos en la costa, / durmieron extrañados. / Dicen que en el Riachuelo, / pero son embelecos fraguados en la Boca. / Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo. / Una manzana entera pero en mitá del campo / expuesta a las auroras / lluvias y sudestadas. / La manzana pareja que persiste en mi barrio: / Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga… (…) A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: / La juzgo tan eterna como el agua y el aire.” (Fundación mítica de Buenos Aires, 1929).

El mapa demarcado por esas cuatro calles del poema, es el de la ciudad que libera la escritura del Borges joven, ávido de letras. Es el espacio que añora en muchos momentos de su vida. Palermo se transforma en un leitmotiv que atraviesa los tiempos. En 1996, los legisladores porteños denominaron Jorge Luis Borges al tramo de la calle Serrano donde se situaba su casa. Cerca de allí, sobre Avenida Sarmiento y Avenida General Las Heras, estaba el Zoológico de Buenos Aires (hoy un Ecoparque). Borges y su hermana Norah se comunicaban con sus animales favoritos, los tigres: “Hasta la hora del ocaso amarillo / cuántas veces habré mirado / al poderoso tigre de Bengala / detrás de los barrotes de hierro / sin saber que eran su cárcel” (El oro de los tigres, 1972).

En Palermo, había amigos que amaban el barrio, esos márgenes de la ciudad. Algunos de ellos, participaban de las charlas en la casa de los Borges. Macedonio Fernández y Evaristo Carriego eran los escritores fascinados por las orillas. En la calle Honduras, todavía está la casa de Evaristo Carriego, a quien Borges destinará su maravilloso tomo. Carriego, nacido antes que Borges, en 1883, había publicado, en 1908, su Misas herejes. Pero, después de su muerte, en 1912, se conoce su libro El alma del suburbio (1913), que inspirara a Borges en sus interminables pesquisas sobre el espíritu de los arrabales.

Caminar los barrios. Re-fundar la ciudad

Borges fue un gran caminante. Caminaba la ciudad para pensar, enamorarse, observar y conversar con sus acompañantes de días y noches. Buscaba lugares inexistentes, seres mágicos en las calles de antaño. El Borges de las caminatas en las afueras y los adentros de la ciudad es uno que desata textos con los personajes callejeros: malevos, compadritos y cuchilleros. Esta es la ficción de las orillas de la ciudad. Una frontera. Espacio de simbiosis que une (no separa) lo marginal de lo central, lo popular de lo oficial. En la escritura de Borges la libertad domina el relato. Todo está permitido.

Luego de pasar años casi cautivo «en una biblioteca de ilimitados libros ingleses» (la de su padre), su curiosidad por ver lo que ocurría del otro lado de las rejas lo lleva a imaginar un pasado ideal para los lugares que recorre. En Recoleta (Barrio Norte) se desarrolla un tramo importante de su vida. “12 de enero de 1948: Come en casa Borges», había escrito, en su diario, Adolfo Bioy Casares. Y esta costumbre se prolongará todas las semanas, durante unos largos cuarenta años. En esas cenas con Bioy y Silvina Ocampo nacían libros, la revista Sur, proyectos enormes que compartieron los tres escritores.

El Edificio Ocampo es importante dentro del mapa mental de Borges. La casona de Posadas 1650 está muy cerca del actual Bar La Biela, donde Georgie y Bioy compartían productivas charlas. La casa de los Ocampo se conecta, visualmente, con la plaza San Martín de Tours. Y, desde sus ventanas altas, puede verse la costa del Río de la Plata. En ese Barrio Norte del siglo pasado, caminaba Borges hacia el Cementerio de Recoleta, donde está el panteón familiar de los Borges. Hoy, sabemos que, allí, yace el coronel Dr. Isidoro Suárez, bisabuelo materno del escritor y vencedor en la batalla de Junín. También, están los restos de Francisco Borges, su abuelo; Jorge Guillermo Borges, su padre; Leonor Acevedo, su madre; y Norah, la hermana. En su primer libro, Fervor de Buenos Aires, Borges publicó un poema dedicado a ese sitio: “Estas cosas pensé en la Recoleta / en el lugar de mi ceniza”. En una versión anterior del mismo texto decía: “el lugar donde han de enterrarme”. Pero, muchos años después de escribir Fervor de Buenos Aires, Borges vuelve al Cementerio. Y, en su libro Atlas, afirma: «Aquí no estaré yo». Efectivamente, su lápida está lejos de su ciudad natal. Se encuentra en Plainpalais de Ginebra, un cementerio que se asemeja a un inmenso bosque.

Ilustración de Miguel Rep.

Seguimos en Recoleta, cerca del Abasto. En Laprida 1212, se encuentra la casa de Alejandro Schultz Solari, hoy, Museo Xul Solar. Este sitio geográfico nos habla de la amistad entre Borges y Xul. Allí, iba el autor a menudo y sin avisar para conversar con el gran artista argentino, que ilustró portadas de sus libros y los inspiró en variadas maneras. Xul Solar compartía con Borges el interés por las tendencias de las nuevas corrientes estéticas europeas y una relación entrañable.

Recoleta -o lo que abarca el eterno Barrio Norte en la poesía de Borges- puede sintetizar las Cinco Esquinas, que se forman de la unión de las calles Libertad, Juncal y Av. Quintana. En Cuaderno San Martín, el poema Barrio Norte (1929) evoca: “Alguna vez era una amistad este barrio, / un argumento de aversiones y afectos, como las otras cosas del amor; / apenas si persiste esa fe / en unos hechos distanciados que morirán: / en la milonga que de las Cinco Esquinas…”.

Pasamos a la casa de Anchorena 1672, donde Borges vivió entre 1938 y 1943. Luego de su muerte, se establecería allí la Fundación Internacional Borges. El texto Las ruinas circulares fue escrito allí y publicado en la revista Sur, en 1940. Estos desplazamientos familiares van construyendo una identidad multifacética. A la vez, nos hablan de metamorfosis profundas en el seno de la familia y la sociedad de entonces.

Geolocalización de los senderos que se bifurcan

Nos desplazamos hacia el barrio de Retiro, el último hogar de Borges. Donde hay una placa recordatoria que emociona al caminante: Maipú 994, 6° B. Borges ocupó este departamento con su madre, Leonor Acevedo, en 1944. Y vivió el resto de su vida en la Ciudad de Buenos Aires. El Puente de Constitución es el sur de la ciudad que refunda Borges: San Telmo, Barracas, Constitución y La Boca. En ese eje se encuentra la antigua Biblioteca Nacional de México 564. La autora de este artículo trabajó, durante algunos meses, ahí y se permitió sentarse en el sillón de Borges, mientras conversaba con los directores.

Las caminatas de Borges se multiplican hacia Retiro, San Telmo y Constitución. En este último barrio, un detalle urbano le habría recordado a Borges que, en ese lugar, “ya no está Beatriz Viterbo” (El Aleph). La ubicación de El Aleph en una vivienda imaginaria de la calle Garay nos remite a Estela Canto, a quien dedica el cuento y le obsequió el valioso manuscrito. Dos pasiones en un momento de su vida: Estela y el Parque Lezama, donde se quedaba con su amiga hasta la madrugada.

El sur fascinaba a Borges: la calle Suárez, que evocaba a su bisabuelo materno; la calle Ituzaingó, detrás de la estación Constitución, sobre un puente que cruza las vías del Roca. Ese puente, construido en Liverpool, aún conserva los rieles del tranvía que empezó a funcionar en 1925: “El primer puente de Constitución y a mis pies / Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro / Humos y silbatos escalaban la noche.” (Mateo XXV, 30, 1953).

En el poema Ultimo sol en Villa Ortúzar, divisamos al campo desnudo, que conecta con la Pampa argentina: “Yo no sé si fue un Ángel o un ocaso la claridad que ardió en la hondura. / Insistente, como una pesadilla, carga sobre mí la distancia. / Al horizonte un alambrado le duele.” (Luna de enfrente, 1929).

Borges camina Buenos Aires en busca de la brújula de su identidad escindida. Y, la misma, lo guía por los distintos barrios porteños. Desde su juventud, Boedo personifica a la Biblioteca Miguel Cané, en la que trabajó desde 1938 hasta que decidió brindar conferencias y clases magistrales en la Argentina y el exterior. Once, Balvanera… En esos parajes, Macedonio Fernández organizaba los encuentros de escritores. Y, en el café La Perla de Once, se gestarían revistas como Prisma, en 1921.

El microcentro es otro punto neurálgico en la geolocalización de nuestro mapa borgesiano. En el núcleo de la ciudad, Borges editó el suplemento literario del diario Crítica (1913-62), junto con el escritor Ulyses Petit de Murat. Entre 1933 y años siguientes, Borges trabajaba en este proyecto, en el edificio de Avenida de Mayo 1333. En contraste con estos ámbitos del pasado, los últimos años de Borges en la Argentina son de extrañamiento. Los enormes edificios se elevan sobre una ciudad que ya no existe. Y ya no hay señales de aquel Paraíso Perdido, pleno de almacenes, soles, amigos y patios con flores.

Plaza italia en el siglo XIX.

 

“He nacido en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires.

Recuerdo el ruido de los hierros de la puerta cancel.

Recuerdo los jazmines y el aljibe, cosas de la nostalgia.

Recuerdo una divisa rosada que había sido punzó.

Recuerdo la resolana y la siesta.

Recuerdo dos espadas cruzadas que habían servido en el desierto.

Recuerdo los faroles de gas y el hombre con el palo.

Recuerdo el tiempo generoso, la gente que llegaba sin anunciarse.

Recuerdo un bastón con estoque

Recuerdo lo que he visto y lo que me contaron mis padres.

Recuerdo a Macedonio, en un rincón de una confitería del Once.

Recuerdo las carretas de tierra adentro en el polvo del Once.
Recuerdo el Almacén de la figura en la calle de Tucumán.

(A la vuelta murió Estanislao del Campo.)

Recuerdo un tercer patio, que no alcancé, que era el patio de los esclavos.

Guardo memoria del pistoletazo de Alem en un coche cerrado.

En aquel Buenos Aires, que me dejó, yo sería un extraño.

Sé que los únicos paraísos no vedados al hombre son los paraísos perdidos.

Alguien casi idéntico a mí, alguien que no habrá leído esta página,

lamentará las torres de cemento y el talado obelisco.”

(La Cifra, 1981).


Agradecemos al artista Miguel Rep por habernos cedido sus ilustraciones para esta nota.

Alicia Poderti es historiadora, escritora y PhD, CONICET – Universidad de Buenos Aires.

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